Me alegro mucho de que esta Semana Santa en Sevilla haya transcurrido sin incidentes. Me impresiona que este fenómeno social vaya un crescendo como espectáculo colectivo, como happening y como arte. Del valor religioso no puedo opinar porque eso es el sentimiento individual de cada uno, pero es admirable cómo la masa deja de serlo para convertirse en un cuerpo; está claro que la identidad de la gente que celebra la Semana Santa sevillana no es la bulla, ni el gentío…
Hace muchos años que no disfruto, aunque me considero capaz de ello, de estos días en Sevilla, no celebro como sevillana la fiesta, sino que suelo retirarme al campo o a la playa cada año en estas fechas.
Prefiero el silencio y la tranquilidad.
De todos modos, admiro y respeto lo que logran las cofradías en la calle con las procesiones gracias al trabajo de todo el año, ese amor de los cofrades por su hermandad y ese vibrar colectivo entre éxtasis artístico y emoción afectiva del pueblo que sale a participar.
Valoro el trabajo de los políticos que gobiernan y se ponen de acuerdo en la gestión y organización de tamaño evento. Aplaudo la coordinación de estos con las fuerzas del orden y con las hermandades para dar seguridad a la ciudad y prevenir y evitar “carreritas” y “metemiedos” de los gamberros y graciosos. Este año se ha innovado enormemente con el proyecto de “smart city” y los nuevos mecanismos para analizar las mareas u olas de ruido, así como los sistemas de videovigilancia de los puntos neurálgicos.
Lo que no me entra en la cabeza es que haya gente en el siglo XXI con mentalidad decimonónica, con pretensiones inquisitoriales de enjuiciar y castigar en nombre de la ideología, del racionalismo o del bendito ateísmo a los que celebran sus fiestas tradicionales, a los que tachan de fascistas, franquistas o qué sé yo de apelativos trasnochados, que nada tienen que ver con la realidad antropológica que estamos viviendo.
Yo les pediría a todos estos listillos antisistema y a los que pretenden cambiar de un plumazo la sociedad, que tengan paciencia, que las tradiciones y creencias no se cambian tan fácilmente.
Pero, sobre todo, les urgiría a formarse y estudiar sociología, antropología e historia.
Que lean a un Isidoro Moreno, por ejemplo; que sabe mucho de religiosidad popular sevillana. Recomiendo, por ejemplo, el artículo “Los rituales festivos religiosos andaluces en la modernidad” en el que habla de que es un error considerar que la modernidad lleva a la homogeneización y secularización. Necesariamente modernización significa secularización. Sostiene que lo que caricaturiza a la modernidad no es la secularización sino la pluralidad de sacralidades, la pluralidad de lo sagrado, no su desaparición. De modo que “la distinción entre lo sagrado-religioso y lo sagrado-laico es necesaria, por ejemplo, para no caer en inadecuaciones tales como la de calificar de religiones a ideologías o sistemas políticos -como el nazismo o diversas versiones del marxismo y del hace años denominado socialismo real- aunque sí sea cierto que estuvieran sacralizados en su doctrina y en sus objetivos; o la de definir automáticamente a todos los creyentes religiosos como antimodernos, arcaicos o reaccionarios”.
Según la antropóloga Gema Carrera Díaz, “las procesiones andaluzas son reflejo de diversidad, complejidad y riqueza cultural, de expectativas, intenciones y aspiraciones de quienes la organizan y celebran […]” Y, continúa Oscar D. Rangel en el artículo, “Teniendo en cuenta que son una práctica religiosa, y parafraseando a Turner, debemos entender que para comprenderlas se deben aceptar sus múltiples dimensiones: religiosa, estética, social, urbana, identitaria, entre otras.
Son un fenómeno social total: traslucen y dejan ver de una forma integral el patrimonio cultural de los andaluces. Sus manifestaciones tangibles e intangibles, sus formas de pensar y sentir, su patrimonio colectivo, sus conocimientos, su identidad”.
En el BLOG DE DIARIO DE CÁDIZ.ES (Sevilla 21/03/2016) tomando como referencia a Sevilla, infoLibre hace un recorrido desmitificador por las interioridades de una fiesta que desborda la religión y nos da una serie de mandamientos:
1. No tomarás la Semana Santa por una fiesta sólo religiosa.
“La Semana Santa en Andalucía no se comprende sólo desde la perspectiva religiosa”, afirma Isidoro Moreno, catedrático de Antropología Social y Cultural. A su juicio, “es paradójico, además de un error político”, que a veces la izquierda “dé la razón a los integristas que pretenden patrimonializar esta celebración” desde la Iglesia o las cofradías. “La demagogia y la banalidad sólo sirven para poner en bandeja pseudoargumentos reaccionarios”, añade.”
2. No simplificarás la Semana Santa en “ateos contra creyentes”
La simplificación “ateos/agnósticos contra creyentes” no funciona. El sentimiento religioso puede ser un condicionante, pero las excepciones son tantas que casi no hay regla.
3. No simplificarás la Semana Santa en “izquierda contra derecha”
4. No mezclarás lo político con lo religioso
La división izquierda-derecha frente a la Semana Santa no opera ni en la calle ni entre los cargos públicos.
La laicidad bien entendida no consiste en que el Ayuntamiento no tenga nada que ver con la Semana Santa, cosa imposible, sino en que su relación con las cofradías sea de independencia recíproca y transparente”, opina Isidoro Moreno.
5. No utilizarás la Semana Santa para atacar y dividir
6. No llamarás anticlericalismo a la libertad de expresión
7. No confundirás lo personal con lo público
La Semana Santa no es una fiesta sólo religiosa. Ni sólo los políticos de derechas participan en la misma. Hay dirigentes abiertamente contrarios a mezclar la esfera religiosa con la institucional que se esfuerzan en explicar que esto no supone una falta de respeto. Es más, que el fervor puede ir de la mano de la defensa del laicismo
8. No homenajearás a próceres franquistas
9. No discriminarás a la mujer
10. No descuidarás ni un céntimo de dinero público
Tampoco viene mal para algunos demagogos saber que a Semana Santa no la organiza el Ayuntamiento, sino las cofradías. El Ayuntamiento apoya y garantiza la correcta prestación de los servicios. El coste para las arcas públicas es de 5,2 millones, según una estimación del Ayuntamiento durante el mandato de Zoido (PP) que computa transporte, policía, limpieza… El impacto económico en la ciudad supera los 164 millones, según la Cámara de Comercio.