Estoy suscrita a Koinonía, una revista progresista católica americana, porque me encantan sus autores (Leonardo Boff, Casaldáliga, Oscar Romero y muchos más teólogos de la liberación muy buenos.
Pero, en la carta que me envían, aparte del «Saludos, amigos/as» me encuentro con la despedida y reiterativa «Saludos fraterno-sororales del Equipo Koinonía».
No lo había visto nunca; no sé si será de uso más o menos común; lo que es me parece, desde la ciencia del la lengua, es redundante, antieconómico (la primera ley es la economía del lenguaje, decir más con menos), cultista y, si me lo permitís, ridículo.
Veamos: FRATERNO acompaña a SALUDO (sustantivo masculino; existe el Saluda, pero es verbo); por tanto, si me das un saludo, seas hombre o mujer, y el destinatario (sea hombre o mujer), el saludo (ese apretón de manos afectuoso) es de género masculino (que no de sexo masculino, porque las palabras no tienen sexo).
¿Por qué os empeñáis en filosofar con palabras que no lo necesitan y en echarles la culpa de nuestros fallos sociales? La palabra FRATERNO se refiere a un sentimiento, a un derecho, a un saludo (¡vaya, que son del género masculino!)… Lo importante es que ese sentimiento es tuyo y mío, es de todos; no sólo de los hombres, no es sexual; porque las palabras no tienen sexo. ¿Cómo vamos a cambiar todos los nombres abstractos a un «género neutro»? Vamos, que no tenemos otra cosa que hacer.
La bella palabra latina SOROR, se refiere a «hermana». SORORAL, ¡por Dios! ¿Para qué inventar un latinismo ahora.
«Mi (que soy mujer) fraterno saludo a todos vosotros (que sois todos: masc. pl. incluye ambos géneros)»
Dibujo de movimiento III (1997). Tiza y carbón sobre cartón.