Cuando leí por primera vez, en mi época joven, De profundis o La tragedia de mi vida, sentí compasión y admiración por Oscar Wilde, por su desdicha y por su capacidad poética, por su forma de transmitir y por sus nobles sentimientos aún en los momentos más desesperados.

Al leerlo por segunda vez hace poco tiempo para revivir los valores de esta gran obra me pareció que Oscar Wilde era un gran estúpido y que era incomprensible que alguien tan inteligente, tan fino, sensible y agudo fuese capaz de dejarse seducir así por un jovenzano calavera sin inteligencia ni creatividad.

He vuelto a leerlo por tercera vez y ahora sí; he comprendido al leerlo a la luz de otros escritos: después de tener en cuenta las obras de Robin Norwood (especialmente Las mujeres que aman demasiado) o la de Marie France Hirigoyen, El acoso moral o las obras de Walter Riso (como Amar o depender). Después he comprendido que Oscar Wilde fue víctima de un narcisista patológico, de “amar demasiado”, de una relación de dependencia.
De fuego y agua (2009) Mixta sobre tabla.
 
Ahora entiendo mejor que una persona inteligente, creativa e “independiente” (?) pueda llegar a ser presa de un vampiro sicológico, un narcisista patológico que, percibiendo lo valioso de su víctima, la seduzca y la acose hasta extraer de ella su dignidad, su autoestima y hasta su instinto vital.