
De vez en cuando nos sorprenden con estudios científicos acerca de la meditación. Hace años, se empezó a considerar la meditación trascendental como se explica en el libro de Willian Johnston, La música callada. La ciencia de la meditación (1980), desde el punto de vista de la ciencia.
Ya en 1920 el científico alemán Hans Berger descubrió las ondas eléctricas cerebrales y su relación con los diversos estados de conciencia (Ver pp. 46ss.) Johnston describe distintos experimentos científicos anteriores a la fecha de la publicación de este libro, como la introducción de la “concentración pasiva y energía pasiva” de Johannnes Schultz en 1910 o los estudios de la cardióloga francesa Thérèse Brosse que, en 1935, usó un electrocardiógrafo y descubrió que un yogui podía parar su corazón; pero no se le tomó en serio; hasta que los esposos Green en 1970 realizaron un estudio con Swami Rama, un yogui del Himalaya, en el que de forma resumida se puede afirmar que “la persona que medita llega a ser fisiológicamente diferente de la persona que no lo hace” (p. 175).
Esta meditación, de origen oriental, fue popularizada en Occidente en los años 70 por Jon Kabat-Zinn, profesor de Medicina en la Universidad de Massachusetts; éste cambió su contexto exótico por el médico y empezó a aplicarlo a pacientes con ansiedad, dolor crónico o estrés, convirtiendo el mindfulness en una intervención terapéutica revolucionaria.
Desde que empezó a hacer su aparición en Occidente la MT en 1970, se han inventado y estudiado científicamente muchas otras técnicas de meditación y de tratamiento de stress. Siempre se afirma que estas técnicas reducen el stress. De hecho, se ha estudiado detalladamente en un metaanálisis estadístico en que se han comparado los estudios sobre el tratamiento de stress de más de dos décadas y sus resultados publicados en el Boletín de Psicología Clínica.

En la Universidad de California, Los Angeles (UCLA, por sus siglas en inglés), estudian actualmente la relación entre la meditación y la estructura física del cerebro y “se ha descubierto que las personas que meditan regularmente desde hace años han generado una capa más gruesa de células en la corteza cerebral. Los neurocientíficos observaron que la corteza cerebral desarrolló más conexiones entre las neuronas que las que se realiza en cerebros de personas que no han meditado en su vida y que, cuanto más tiempo se llevan practicando esta actividad, mayor es la cantidad de “sinapsis” (relaciones entre células cerebrales) que se realizan”.
Recientemente Sara Lazar, científica en neurociencias del Hospital General de Massachusetts, un hospital universitario de la Escuela Médica de Harvard, estudió los beneficios del yoga y la meditación, (después de haberlos experimentado ella misma), y publicó sus conclusiones donde afirma que ocho semanas de meditación pueden provocar considerables beneficios en las zonas cerebrales relacionadas con la memoria, la autoconciencia, la empatía y el estrés. Ver

Las resonancias magnéticas demostraron que quienes habían realizado la meditación durante ocho semanas presentaban un incremento de la densidad de la materia gris en el hipocampo, la zona del cerebro relacionada con el aprendizaje y la memoria así como a la autoconciencia, la compasión y la introspección.
Igualmente se detectó una disminución de la materia gris en la amígdala cerebral, un área relacionada con el estrés. “Aunque la práctica de la meditación está asociada a una sensación de tranquilidad y relajación física, los médicos han afirmado durante mucho tiempo que la meditación también proporciona beneficios cognitivos y psicológicos que persisten durante todo el día”, afirmó Lazar, añadiendo que “La nueva investigación demuestra que los cambios en la estructura del cerebro pueden estar detrás de esos beneficios demostrados, y que la gente no se siente mejor solo porque se han relajado”.

Aunque no todo parecen triunfos. Al menos, exactamente. Los maestros zen, por ejemplo, lo dicen; y los maestros de espiritualidad desde antiguo. No se puede practicar meditación trascendental, zen o contemplación sin una guía. Hace poco la ciencia ha empezado a investigar las contraindicaciones de la atención plena. De la misma manera que ocurre con los deportes, o un entrenamiento físico, la MT o el mindfullness resulta beneficioso siempre que se realice bajo una pauta de entrenamiento correcta.
Uno de los proyectos con más referencias es el de la Universidad de Brown (EE UU), conducido por la psiquiatra y meditadora Willoughby Britton, que describe casos puntuales de alucinaciones, descompensaciones psicóticas y cuadros depresivos severos relacionados con la práctica intensa de mindfulness.
En la misma línea bucea una investigación de la Universidad de Valencia, publicada en 2017 en Plos One y dirigida por el doctor en Psicología y meditador Ausiàs Cebolla. Según el estudio, a partir de una encuesta a 342 meditadores formados en distintos contextos culturales, un 25,4% habría sufrido efectos no esperados relacionados con la práctica.

Pero, de todo esto ya nos habían prevenido los antiguos maestros de espiritualidad. Ya Santa Teresa avisaba que lo importante no eran los efectos alucinatorios sino que le daba más interés a la “atención plena” o “presencia de Dios” entre los pucheros. El camino de la mística o MT debe ir unido a la ética, a un comportamiento coherente.
Hoy, he leído un artículo en el Ashe leído un artículo en el As sobre un estudio de la Universidad de Lucca (Italia) en el que se demuestra que una técnica de relajación concreta, la MT, modifica el cerebro; es una consecuencia que se correlaciona con la sensación de bienestar que suelen comunicar quienes se dedican a este sistema silencioso para liberar el estrés.
Los expertos de esta Universidad “seleccionaron a un grupo de estudiantes sanos para estudiar sus cerebros con una resonancia magnética para analizar su actividad cerebral y sus conexiones en reposo. Además, los sujetos observados tuvieron que responder a cuestionarios psicométricos sobre su nivel de ansiedad y estrés, así como su capacidad para afrontar situaciones estresantes. Después, les dividieron para que sólo uno llevara a cabo la meditación trascendental 40 minutos cada día (20 minutos matutinos y los otros 20 en horario nocturno). Esta técnica consiste en repetir un sonido sin sentido (un mantra) de manera silenciosa para conseguir relajarse”.
Para otro momento dejaré el tema de cómo personajes de la música o el arte optaron por este camino como el director de cine David Linch o el Beattle Georges Harrison.