
Un caluroso día de agosto renuncio a los frescos aires de la playa para ir a ver la exposición que Caixaforum ha traído a su nueva sede, a los pies de la torre Sevilla, conocida como Torre Pelli. Me he alegrado de conocer el edificio renovado por el arquitecto Guillermo Vázquez, que junto al rascacielos, como un ikebana, decora los pies de la ciudad hacia el oeste.
Gran parte de la colección del pintor Hermen Anglada Camarasa, que Caixaforum adquirió en Mallorca se exponen hasta el 20 de este mes.
Con una primera mirada veo que asimiló toda la riqueza de la experiencia parisina, del mundo de la noche, de la visión del ser humano de Toulouse Lautrec y la ornamental de Klimt.
La verdad es que esperaba más de esta exposición: se reduce a unos pocos cuadros, unos cuantos bocetos y algunas litografías, aunque realmente todos magníficos. Destacaré la Novia valenciana 1911 y especialmente el Retrato de Marianne Willumsen (1911, 109,5 x 207 cm.)

Yo voy con un ligero vestido veraniego de grandes flores en azul y verde esmeralda. Mi pelo rojo, como el de la duquesa; el verde del diván hacen juego con mi vestido y mi collar de piedras de amazonita, comprado en Aracena: envuelta en esos colores tan míos me sentí dentro del cuadro y como dialogando con Marianne. No me habla esta mujer de folklore como La novia valenciana; ni de la noche, como la Sibila; ni de seducción o de aspectos oscuros, como el de la morfinómana…
Con una primera mirada veo que Anglada Camarasa ha fundido toda la riqueza social y psicológica documental de Toulouse Lautrec y la dinámica ornamental de Klimt.
No me habla esta mujer de folklore como la Novia valenciana; ni de la noche, como la Sibila; ni de seducción o de aspectos oscuros, como el de la morfinómana… Esta mujer me dice cuánto disfruta con ser mujer, con ser bella y vivir en un hermoso mundo de flores y color. Me dice que no necesita seducir a nadie, ni bailar ni ponerse primoros mantones de Manila; su mundo se reduce al color y a la belleza en sí, no necesita explicar más; sus ojos verde esmeralda como el diván, su vestido blanco e indefinido, expresan la idealización de la belleza de la mujer segura de sí, segura de su felicidad.
Y es que nada seduce más que esta manera de sentir.
Mirar su obra es emborracharse de color y forma; forma desarrollada a partir de pinceladas muy empastadas, llegando a construirse una textura no sólo visual sino también matérica. La psicología y el retrato interior de sus mujeres consiguen elevar a la máxima potencia el rostro femenino, gracias a la simplicidad y la esencialización decorativa; la ropa, la flor, los vegetales, el paisaje… se convierten a la vez en fondo decorativo y en símbolo.
Contemplando su pintura uno entra en estado de ebriedad estética; es una inmersión en colores de cuento y fantasía que a todos encanta.
Su pincelada aúnan la pasta de un esmalte y la luz de una vidriera
